Me viene a la cabeza un cuento popular que se llamaba “Pedro y el lobo” donde un joven pastor bromeaba con los vecinos del pueblo gritando “¡Que viene el lobo!”. Sus vecinos acudían alarmados para ayudar al pastor hasta que descubrían que se trataba de una broma y que el joven se carcajeaba a su costa.
Tras un par de nuevos avisos falsos, el lobo vino de verdad y devoró el rebaño del desdichado pastor, cuyas nuevas peticiones de socorro fueron desatendidas por todos aquellos a los que había engañado.
Ahora vamos a cambiar la historia. Imagina que las advertencias sobre la venida del lobo estuvieran bien fundadas y que los vecinos, a pesar del inminente peligro, desoyeran dichos avisos. ¿Te suena este cuento?
Seguramente lo habrás oído más de una vez a lo largo de tu vida: cuando corrías por tu casa y te advertían que te podías caer y golpearte con un mueble, o si jugabas con una pelota en casa, tu madre te decía que podías romper algo, o si comías más de la cuenta podías tener una indigestión. O el clásico “espera dos horas para hacer la digestión antes de bañarte”.
Algunas advertencias hoy parecen exageradas, pero en otros casos, puede costarnos muy caro el incumplirlas. Por poner un ejemplo, saltarse una señal de tráfico, superar el límite de velocidad o, el caso que te voy a contar ahora, utilizar lentes de contacto sin ningún tipo de precauciones.
El caso de Paco
Te voy a contar el caso real de Paco (nombre ficticio) de dieciocho años de edad, usuario de lentillas desechables desde hace tres años. Paco vino a nuestra consulta para que le adaptásemos las lentillas y, tras un proceso corto y sencillo, adquirió un pack de seis meses de lentillas desechables mensuales con sus líquidos recomendados especialmente para su caso.
Como todo iba bien y no tenía problemas, Paco pensó que no hacía falta venir a las revisiones que le habíamos programado. También pensó que no pasaba nada si excedía el tiempo de uso recomendado y cuando se le terminó la solución desinfectante decidió comprar otra “parecida” en un supermercado, porque le salía más barata.
Un amigo le comentó que podía encargar sus lentillas por internet para no tener que ir a la óptica, porque allí estaban más baratas y se ahorraba una pasta, así que decidió probar, e incluso encargó unas lentillas de colores con las que cambiaría su “look”.
Paco estaba muy contento con sus nuevas lentillas cosméticas. Las llevaba puestas todo el día para que sus amigos se acostumbrasen a su nuevo color de ojos. En el verano se bañaba con ellas en la piscina y en la playa porque no le apetecía ver borroso, además había notado que a las chicas les gustaba mucho más.
Un día de verano, Paco comenzó a notar dolor en un ojo. Alguna vez se le habían puesto rojos, le salían unas legañas amarillentas y notaba sensación de cuerpo extraño al parpadear. Entonces se quitaba las lentillas unos días y los síntomas iban remitiendo hasta que al cabo de unos días se las volvía a poner.
Pero esta vez era diferente, el ojo dolía mucho y notaba que incluso veía borroso con la lentilla y sin ella. Le molestaba mucho la luz y no paraba de llorarle el ojo. Tan mal se encontraba que su madre se asustó y lo llevó a urgencias al hospital. Allí cuando un oftalmólogo residente vio su caso lo derivó con rapidez a su jefe, un especialista en córnea que por pura casualidad no estaba de vacaciones.
El diagnóstico fue demoledor: queratitis por Acanthamoeba. El médico le prescribió un tratamiento de choque y le dijo que volviese en unos días. Le advirtió que se trataba de una infección muy grave que podía destrozar su cornea y privarle de la visión. En el mejor de los casos, seguramente no podría volver a utilizar lentillas en toda su vida.
Imagina cómo se debió sentir Paco. Con un dolor muy agudo en su ojo y la posibilidad de perder la visión. Era un chico deportista, que jugaba al rugby y todo se le venía abajo por contraer aquella infección.
El oftalmólogo le había preguntado sobre los cuidados que tenía con sus lentes de contacto y su madre le confesó que ampliaba el reemplazo de sus lentillas mensuales hasta dos meses, que apenas las limpiaba y reutilizaba el líquido de una noche para otra, además de que se bañaba con ellas puestas e incluso, algunas veces, las había intercambiado con amigos.
Cuando la madre de Paco llegó a casa buscó en wikipedia y encontró una imagen de cómo podría quedar el ojo de su hijo:
Afortunadamente, Paco tuvo suerte y su infección curó gracias al buen hacer de su oftalmólogo. Su cornea quedó intacta y las buenas noticias fueron que en unos meses podría volver a usar lentillas. Cuando Paco volvió a nuestra óptica, prometió seguir nuestras indicaciones y, desde entonces, las utiliza sin ningún problema y viene a todas las revisiones programadas.
El caso de Paco terminó con final feliz, pero conozco algunos otros que no tuvieron tanta suerte. Estoy seguro que si usas lentes de contacto o conoces a algún familiar que lo haga, seguirás las recomendaciones de tu óptico optometrista u oftalmólogo y no tendrás problemas.
Pero si te identificas con el caso de Paco, por favor, ten mucho cuidado. Debes acudir a tu óptica para que revisen tus ojos cada cierto tiempo y así evitar la aparición de problemas no deseados que pueden comprometer tu salud ocular.
Porque algunas veces, el lobo viene de verdad…